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FERROCARRIL RÉTICO EN EL PAISAJE DE LOS RÍOS ALBULA Y BERNINA

icona patrimonio sito UNESCO
PATRIMONIO CULTURAL, TRANSNACIONAL
REFERENCIA: 1276
CIUDAD DE ASIGNACIÓN: QUEBEC, CANADÁ
AÑO DE INSCRIPCIÓN: 2008
MOTIVO: modelo de armonía estética con el paisaje que atraviesa, el Ferrocarril Rético ha desempeñado un papel importante en el crecimiento de las actividades humanas en las montañas y traza una forma equilibrada de gestionar la relación entre el hombre y la naturaleza.

«En muchos paisajes de la naturaleza nos volvemos a
descubrir a nosotros mismos [...]. Qué feliz debe de ser
quien tiene esa sensación [...] en este aire de octubre
constante y soleado [...] en todo el gracioso y serio carácter
montuoso, lacustre y boscoso de esta meseta que se ha
acampado [...] junto a los horrores de las nieves eternas.»

Humano, demasiado humano, Friedrich Nietzsche

El Trenino Rosso del Bernina, que va de Tirano a St. Moritz, es una de las dos rutas ferroviarias históricas que integran el Ferrocarril Rético; la otra es el ferrocarril del Albula, inaugurado en 1904 y que, íntegramente en territorio suizo, conecta Thusis con St. Moritz. Construido entre 1906 y 1910, el ferrocarril del Bernina es uno de los primeros de Europa y, con una altitud máxima de 2253 m, uno de los más altos; es también uno de los primeros construidos con tracción eléctrica, alimentado por los lagos que flanquean las vías, así como uno de los pocos con tramos de tráfico mixto, cuando en Tirano se abre paso a través de las estrechas calles y cruza diagonalmente la Piazza della Basilica. El ferrocarril es también un elenco de superlativos: los utilizados para describir las obras de ingeniería que lo hicieron posible y los vagones de color rojo fuego que durante el invierno son la única nota de color en medio del candor de la nieve, así como los que también describen el paisaje que se revela a través de las ventanillas: las terrazas de viñedos de la Valtellina, las subidas en zigzag a través de bosques de abetos y alerces, los glaciares de Piz Palü, la estación más alta de Ospizio Bernina, los lagos y el glaciar Morteratsch, y también Pontresina y St. Moritz, corazón de la Engadina. En escritores y filósofos como Thomas Mann, Dino Buzzati, Eugenio Montale, Herman Hesse, Marcel Proust, Stefan Zweig y Friedrich Nietzsche, la belleza mística de estos paisajes infundió el dáimōn que dio origen a algunas de las páginas más célebres de la literatura europea.

IMPRESCINDIBLE

«La concepción fundamental de la obra, el pensamiento del eterno retorno […], es de agosto del año 1881 […]. Esto se encuentra anotado en una hoja a cuyo final está escrito: “A 6000 pies más allá del hombre y del tiempo”. Aquel día caminaba junto al lago de Silvaplana Silvaplana a través de los bosques; junto a una imponente roca que se eleva en forma de pirámide no lejos de Surlei, me paré. Entonces me vino ese pensamiento.»

Friedrich Nietzsche, que pasó siete veranos en Sils-Maria, a pocos kilómetros al sur de St. Moritz, narra en Ecce homo la génesis del pensamiento que inspiró Así habló Zaratustra. Una particular atracción unió los paisajes de la Engadina a los intelectuales de principios del siglo XX: «Me gustaban aquellos nombres de una dulzura extraña que recuerdan Italia, Sils Maria, Silvaplana, Crestalta, Celerina», escribe Marcel Proust en Los placeres y los días. El mismo Proust, de los alrededores de Silvaplana que inspiraron a Nietzsche, dice: «El sol hacía pasar el agua por todos sus matices y nuestras almas por todos los placeres». St. Moritz se convirtió por aquel entonces en el punto de encuentro de la mundanidad: aquí se reunía, temporada tras temporada, lo mejor de la sociedad cultural de la época.
Google Maps
Nietzsche amaba su pequeña casa de
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Sils-Maria, hoy convertida en museo. A «6000 pies sobre el nivel del mar», como escribía en sus hojas, se extienden los paisajes que dieron vida a su manifiesto: el
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peñasco que inspiró Así habló Zaratustra, la
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península de Chastè, donde fueron grabados versos de Zaratustra en su honor, el
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Val Fex y el
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glaciar de Corvatsch. En su lugar, Herman Hesse elegía el prestigioso
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Hotel Waldhaus, construido en 1908 en los bosques de Sils-Maria, siguiendo el estilo de los hoteles castillo. En las lujosas suites, las familias de la alta burguesía pasaban toda la estación, acompañadas por un ejército de niñeras, gobernantas y damas de compañía. El Waldhaus fue muy apreciado por intelectuales y estrellas: en los registros de entrada del hotel figuran los nombres de Thomas Mann, Alberto Moravia, Marc Chagall, Theodor Adorno, Albert Einstein, Richard Strauss, Vivien Leigh. El pintor italiano Giovanni Segantini vivió los últimos cinco años de su vida en
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Pontresina encantado por las luces y la intensidad de los colores del valle de Engadina. St. Moritz le ha dedicado un
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museo: las paredes curvilíneas del interior albergan la más rica colección del mundo de sus cuadros.

«Nunca he amado mucho las montañas/
y detesto los Alpes. […] Solo el eléctrico aire
de la Engadina / nos venció, insectillo mío,
mas no éramos/ tan ricos como para decirnos
hic manebimus.»

Sorapis, 40 anni fa, Diario del ’71 y del ’72, Eugenio Montale

También Eugenio Montale amaba el valle de la Engadina, de hecho pasaba largas temporadas de vacaciones en St. Moritz. Le gustaba especialmente el «eléctrico aire», de cuyos beneficios también se dieron cuenta Proust y Nietzsche. En un artículo publicado en Il Corriere della Sera el 1 de julio de 1949, el poeta habla de una «visión del mundo» vinculada a St. Moritz que percibe como perdida para siempre: «Es difícil hacer comprender a un joven de la última generación lo que supuso St. Moritz, y la Engadina en general, para los hombres de cultura que les precedieron veinte, treinta años. […] El problema es que detrás del mundo que frecuentaba St. Moritz había precisamente una concepción de la vida, una Weltanschauung (reflejo, sin duda, de una situación económica), que hoy está desapareciendo; y ahora a este incomparable borgo engadinese [...] le faltan sus clientes más típicos y naturales [...]. Eran clientes ricos, naturalmente; pero no solo en cuestión de dinero. Los hombres, sirva como ejemplo, y las mujeres que encontramos en el diario de Maria Baskirtseff y en las novelas de Henry James y de su seguidor Maurice Baring. Un mundo prebélico que hizo un último intento de reaparecer en los años que van del 27 al 30 y que luego se disolvió tras el crac de Wall Street y el advenimiento de los diferentes totalitarismos».

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PARA LOS MÁS JÓVENES

«HEIDI SE SENTÓ JUNTO A PETER Y MIRÓ A SU ALREDEDOR. EL VALLE SE EXTENDÍA HACIA ABAJO, ENVUELTO EN LA LUZ DE LA MAÑANA. DELANTE HABÍA UN ENORME Y CÁNDIDO NEVADO QUE CONTRASTABA CON EL AZUL OSCURO DEL CIELO; A LA IZQUIERDA SE ALZABA UN ENORME PEÑASCO FLANQUEADO POR ALTAS CUMBRES [...]. LA NIÑA ESTABA ALLÍ SENTADA, MUDA COMO UN PEZ. UN PROFUNDO SILENCIO REINABA A SU ALREDEDOR: TAN SOLO EL VIENTO PASABA LIGERAMENTE SOBRE LAS CAMPÁNULAS CELESTES. HEIDI NUNCA SE HABÍA SENTIDO TAN BIEN Y LO ÚNICO QUE DESEABA ERA SEGUIR ASÍ PARA SIEMPRE.»
attività per bambini del sito UNESCO nr. 43
La famosa protagonista de este fragmento es Heidi, una niña que, tras una serie de desafortunados acontecimientos, se encuentra viviendo en casa de su abuelo y descubre un paraíso; antes vivía en el cantón de los Grisones, no muy lejos de la estación de St. Moritz. Los paisajes montañosos que amaba debían de ser muy parecidos a los que recorre el tren del Bernina. Se sale de la
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estación de Tirano y se recorren las calles del centro por vías similares a las del tranvía. La primera parada panorámica es
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Alp Grüm, donde el tren se detiene frente al glaciar Piz Palü, a 2091 m. Aquí, es posible bajar y dar un paseo mientras se espera el siguiente tren, pero lo aconsejable es seguir nuestro camino hacia las dos estaciones siguientes, que son las más espectaculares:
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Ospizio Bernina y
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Diavolezza. A partir de aquí, sentiréis la profunda y definitiva emoción que provoca esta obra de ingeniería: un tren entre glaciares. En Diavolezza es posible descender y tomar desde allí un teleférico que sube hasta los 2978 m. En la cima se camina en verano, se esquía en invierno y se almuerza tomando el sol en la terraza del
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Berghaus Diavolezza. Os encontráis a mitad del viaje. Finalizada la subida, coronamos e iniciamos el descenso. La velocidad siempre es baja, porque si bien durante la subida son las locomotoras quienes deben tirar del tren, durante el descenso son los frenos quienes trabajan. Último destino:
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St. Moritz, entre los diez destinos turísticos más lujosos del mundo. Llegados a este punto, entre grupos de sonrientes y bulliciosos japoneses, tocará valorar y decidir qué orilla del lago elegir: la norte, donde se extiende la ciudad y se alzan los lujosos hoteles, imponentes y repletos de la elegancia de la Belle Époque; o la orilla sur, donde los verdes prados se alternan con bosques llenos de ardillas curiosas, nada intimidadas por la presencia humana.
sito UNESCO nr. 43 in Italia
RECOMENDACIONES DE LECTURA

Recomendaciones de lectura para descubrir los territorios que atraviesa el Trenino Rosso del Bernina.

  • Así habló Zaratustra, Friedrich Nietzsche (1883-85). Es la obra engadinese por excelencia. El pensador alemán intuyó la teoría del eterno retorno en 1881, durante un paseo por la montaña, y recordó la circunstancia unos años más tarde en Ecce homo (1888). El paisaje del valle de la Engadina ya había sido motivo de reflexión en Humano, demasiado humano (1878), por su particularidad de lugar «intermedio entre el hielo y el Sur».
  • Les Plaisirs et les Jours, Marcel Proust (1896). Colección de poemas en prosa y novelas cortas en la que figura Présence réelle, relato de una estancia idílica en la Engadina en compañía de un amor imaginado.
  • La montaña magíca, Thomas Mann (1924). Para Mann, Davos era «un lugar del alma», hasta tal punto que eligió el Schatzalp Hotel como escenario de esta obra, en cuyas primeras páginas se presenta al joven protagonista, Hans Castorp, en un tren procedente de Hamburgo que atraviesa la Engadina, en un largo y laborioso viaje: «En Rorschach, en territorio suizo, se vuelve a tomar el ferrocarril; pero solo se consigue llegar hasta Landquart, una pequeña estación alpina donde hay que cambiar de tren. Es un tren de vía estrecha, que obliga a una espera prolongada a la intemperie, en una comarca bastante desprovista de encantos; y desde el instante en que la máquina, pequeña pero de una tracción excepcional, se pone en movimiento, comienza la parte verdaderamente arriesgada del viaje».
  • Gli invisibili compagni d’ascensione, Dino Buzzati (1935). Artículo publicado el 15 de enero de 1935 en Il Corriere della Sera e incluido en la colección I fuori legge della montagna (2010). La pluma de Buzzati transforma un hecho de crónica (cuatro excursionistas arrollados por una avalancha en el Piz Corvatsch) en una pieza de alta literatura: «Es dura la ley de las montañas, son los hombres con el don de la vida los que han hecho su gloria y su grandeza».
  • Diario del ’71 y del ’72, Eugenio Montale (1973). En el poema Sorapis, 40 anni fa, el poeta recuerda a su difunta esposa (a la que llamaba insettino porque llevaba gafas) y un paseo que realizó en su compañía 40 años antes al lago Sorapis. El artículo Non i pazzi ma i ricchi scarseggiano a St. Moritz, publicado en Il Corriere della Sera el 1 de julio de 1949, se publicó en la colección Fuori di casa (1975).
  • La embriaguez de la metamorfosis, Stefan Zweig (1982). En 1918, pocas semanas después del final de la Gran Guerra, Stefan Zweig visitó St. Moritz y escribió sobre ella en un artículo amargo, que presagia el fin del «mundo de ayer» y de la vieja Europa: «No, aquí los despreocupados no se aburren. Entrenados durante décadas en la ociosidad distinguida, una bagatela como la guerra mundial no puede distraerlos de sus diversiones [...] de nuevo se reúnen para tomar el té, coquetean y ríen, un par de bailarines giran al ritmo de tango. Ah, ¿dónde está la guerra? ¿Dónde está el mundo conmocionado e insomne? Un tierno vals a la hora del té, y sonrisas y miradas cómplices». Zweig tendrá muy presente esta experiencia cuando decidirá ambientar en la Engadina algunos episodios de La embriaguez de la metamorfosis, escrito entre 1931 y 1938 y publicado póstumamente en Alemania en 1982.

Para los más jóvenes:

  • Heidi, Johanna Spyri (1880). Una de las obras más amadas por los niños; a través de los inocentes ojos de Heidi, se narra la vida en las montañas suizas a finales del siglo XIX.
  • ll treno del Bernina, Paola Pianta Franzono (2015). Libro infantil que cuenta de forma poética y fascinante la historia del Trenino Rosso. El libro va acompañado de un CD de audio.
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